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Antes de entrar en faena, déjame darte la bienvenida al blog y agradecerte la visita.
Hoy quiero compartir una de esas experiencias importantes que forman parte de una vida. Se trata de un reto personal que nos plantemos mi marido y yo tiempo atrás, y que finalmente hemos podido superar juntos el pasado 27 de septiembre.
En 2013, cuando organizamos nuestro primer viaje a Japón descubrimos mientras buscábamos información de los puntos de mayor interés (ciudades importantes, lugares que visitar, etc…), una actividad que nos cautivó:
[box type=»bio»] ‘Subir el Monte Fuji y ver amanecer desde su cima’[/box]
Leímos las experiencias contadas por otros viajeros en sus blogs y nos informamos un poco, pero en esa ocasión no iba a ser posible porque físicamente no estábamos nada entrenados. Subir una montaña requiere tener cierto fondo físico y por aquel entonces, nuestros cuerpos no hubiesen resistido el esfuerzo.
En 2015, cuando organizamos el segundo viaje a Japón, la elección de fechas nos impidió totalmente intentarlo, ya que para subir la montaña hay un periodo oficial habilitado relativamente corto (julio-agosto y primera semana de septiembre) y nuestro viaje se demoró a octubre.
¡Lástima!
Parecía que nuestro sueño de ver amanecer desde lo alto del Fujisan se iba a quedar en un reto sin conseguir…
Hasta que, cuando surgió nuevamente la oportunidad de visitar el país del Sol Naciente por tercera vez, vimos claro que había llegado nuestro momento. Sólo había que poner los cuerpos a trabajar: entrenar haciendo un poco de senderismo, trekking, rutear como las cabras entre las piedras, resistir unas cuantas horas en la montaña, en el gym poner la cinta a tope de inclinación y sudar la gota gorda.
También nos preocupamos de agenciarnos una equipación adecuada: buenas botas, bastones de trekking, chubasqueros, ropa de montaña…
¡Qué emoción y qué ganas de ponernos en forma, oye!
Además de la parte activa, había que preparar la logística para ese día y organizar nuestra excursión nocturna al Fuji (富士山).
¿Cómo lo organizamos? ¿Cómo lo vivimos? ¿Cómo lo disfrutamos?
En primer lugar decidimos que lo mejor sería hacer la ascensión del monte al principio de nuestro viaje, para aprovechar que los cuerpos estarían un poco descompasados con el horario, debido al jet-lag.
Después de mucho darle vueltas la hoja de ruta de los 2 primeros días en Japón fue la siguiente:
El 26 de septiembre llegamos al aeropuerto de Tokio alrededor de las 18.30 horas y después de cambiar algunos euros por yenes en la casa de cambio, nos desplazamos hasta la ciudad en el Narita Express bajándonos en la estación de Shinjuku.
Allí, en la zona de Shinjuku pasamos la noche alojados en un hotel cápsula: ‘Shinjuku Kuyakushomae Capsule Hotel‘ (de esta experiencia ya os hablaré largo y tendido en otra ocasión).
Cómo el hotel se encontraba en medio de todo el meollo, no tuvimos ningún problema para encontrar sitios dónde cenar, comprar cualquier cosa en los múltiples konbini o disfrutar de la noche nippona.
Al día siguiente nos tocaba enviar las maletas a Osaka, siguiente ciudad en la que íbamos a dormir. Así mientras nosotros subimos la montaña, nuestras maletas viajan con Yamato Transport CO. y Round Trip TA-Q-BIN hasta el mismísimo hotel. Realmente es un trámite muy sencillo que aporta un plus de comodidad (Ya os hablaré en el futuro de este servicio en otra entrada).
Una vez que nuestras maletas ya están en manos del servicio takkyubin, somos libres de disfrutar de Tokio hasta que nos pongamos rumbo a la ladera del monte.
¿Qué podemos hacer?
¡Pues nos vamos a Akihabara!
Es domingo y sus calles se vuelven totalmente peatonales. Un lujo para los turistas que podemos tener mucho más espacio para movernos por ellas y disfrutar.
Llegada la hora, nos ponemos en marcha.
Los billetes que nos llevan hasta la famosa 5ª Estación (punto de salida de la ascensión al Fuji), ya los habíamos comprado semanas antes on line en Highway buses por unos 5.400 yenes ida y vuelta.
Lo primero de todo ir a la Shinjuku Expressway Bus Terminal. Poned atención a las indicaciones del link adjunto porque no se trata de la Terminal de autobuses que está a la salida de la estación de Shinjuku.
El viaje en autobús dura unas 2 horas y media.
En ese tiempo la luz va perdiendo intensidad, y nos vamos haciendo a la idea del ambiente tan especial que envuelve a esta experiencia.
Una vez fuera del autobús, nos ateclamos un poco para la ocasión. Nos pusimos las botas, preparamos los palitos, comprobamos las pilas de las linternas frontales, repasamos las mochilas y listo.
¡Nos sobraba un bulto!
En las tiendas que hay en la zona, disponen de taquillas dónde por unos yenes puedes guardar lo que te sobre y así no cargar con ello todo el camino. Una vez allí, además completamos nuestro equipamiento con un buen gorro y unos guantes calentitos. También compramos un par de bollitos de chocolate y botellas de agua para el camino.
Allí hay de todo lo que puedas necesitar: taquillas, ropa de abrigo, comida, bebida, accesorios de trekking, souvenirs e incluso para los que sientan la necesidad, hay botellas de oxígeno.
¡Si, si!
Botellas pequeñitas que están preparadas para que quien se vea en la necesidad, pueda inhalar dosis de oxígeno por el camino, y volver a recuperar el ánimo.
En fin, después de comer un refrigerio, pasar por el registro y pagar la cuota de conservación, comenzaba nuestro paseo:
Tengo que reconocer que era emocionante.
Tal y como se puede ver en la foto, el nivel de luz es bastante bajo.
¡No se veía un pijo!
Fue andar 300 metros y tener que encender la linterna frontal.
El primer tramo fue muy agradable, fácil, sin nada de pendiente. En realidad era cuesta abajo, lo que resultaba un tanto contraproducente, pero a la vez gracioso. Abel y yo íbamos disfrutando mucho del camino y charlando animadamente. Resultaba un tanto mágico caminar por la noche, con la iluminación de los focos y aparentemente solos.
Hay un detalle en la fotografía en la que se puede ver que quedan 6 kilómetros del Trail y para ese recorrido se estima un tiempo de 385 minutos, alrededor de 6 horas y media.
¿Qué os parece?
En realidad, se puede dilatar un poco más…
Se trata de hacer el recorrido por la noche (menos visibilidad, más frío, más dificultades) y hay que añadir esos ratitos de descanso entre unas estaciones y otras para recuperar fuerzas o tomar un chocolate caliente, un poco de agua o lo que se necesite.
Nosotros seguimos avanzando.
Hay que decir que cada tramo tenía su encanto, no todos eran iguales. En algunos, la ascensión era en pendiente pero más bien lisa, con un camino zigzagueante y unos escaloncillos fáciles de superar. Otros, por el contrario, estaban llenos de piedras de todos los tamaños, entre las que tenías que buscar hueco para poner los pies, y trepar. Unos tramos eran largos y en otras ocasiones llegabas a la estación en un pis-pas.
Las horas se pasan volando…
Desde el momento en el que decidimos plantearnos este reto, creí en nuestras posibilidades fehacientemente.
En mi mente, cada paso dado significaba un paso menos a la meta.
Si yo era capaz de dar un paso, no había motivo para pensar que no podía ir dando el siguiente y así, uno tras otro…
Sé que es un argumento muy básico, pero a mí me funcionó.
Quizá si hubiese pensado en kilómetros, el reto se me hubiese hecho más grande, más duro, menos accesible y tremendamente agotador.
Aunque la ascensión del Fuji la hicimos juntos, Abel y yo tomábamos cada tramo a nuestro ritmo. Intentar ir caminando uno al lado del otro juntitos, en amor y compañía, creo que hubiese sido un gran error. Normalmente yo iba unos metros por delante pero de vez en cuando me paraba para esperarle y preguntarle qué tal lo llevaba. Además, así cada uno de forma individual vivía el momento.
Por el trayecto fuimos testigos de cómo algunas personas eran presa del agotamiento, y se iban quedando paradas al lado del camino, totalmente derrotadas. Eran momentos en los que sentías cierta lástima por la persona, ya que cómo todos, seguro que habría afrontado el reto con muchísima ilusión y tirar la toalla, no debía de haber sido una decisión fácil.
Pero…
Las fuerzas no son eternas y cuando flaquean, la mente tiene que estar ágil para impulsar con una dosis de energía anímica y psicológica al cuerpo, que ya casi no responde.
En mi caso, tengo que reconocer que los dos últimos tramos fueron los más duros. Para ser exactos, el último fue totalmente demoledor. No tanto por el cansancio físico cómo por el volumen de personas que encontrábamos por el camino y que literalmente formaban un atasco monumental medio kilómetro antes de llegar a la cima. La frenada drástica en mi ritmo fue, por sí mismo, un nuevo desafío que sólo pude afrontar con templanza, calma y paciencia (no sabía que tuviese tanta).
Para mi querido compañero de batalla, fue todo un horror…
Durante ese último tramo Abel se encontraba mal físicamente, con sensación de mareo y ganas de vomitar. Reconozco que, adrede, no le presté demasiada atención para que no desfalleciese justo antes de llegar a la cima. Intenté motivarle, darle ánimos y decirle que todos esos síntomas eran estratagemas del cuerpo para llamar la atención, qué había que seguir avanzando poco a poco, que nos quedaba muy poquito para conseguirlo.
Curiosamente, justo en esos peores momentos, empezamos a oír gritos de ánimo y mensajes motivadores.
¡Si, si!
Quedaban como 300 metros de camino, ya se veía la cima y la luz empezaba a anunciar que el sol quería aparecer en el horizonte. Varios hombres, que parecían policías, gritaban a pleno pulmón:
¡Ganbatte, Ganbatte! 頑張って!頑張って!(Ánimo, a por ello -significa en japonés-)
Puede parecer una tontería, pero a mí me fue de gran ayuda ver de qué manera esas personas anónimas, mostraban tanto interés en motivar a todos los que nos encontrábamos allí, intentando cumplir nuestro objetivo de ver el amanecer en la cumbre. Sinceramente, te entraban ganas de ponerte a correr hacia arriba.
Lástima que una larga fila de personas nos hicieses avanzar como dice la canción:
El caso es que motivados por los mensajes de ánimo, los rayitos de luz que se colaban en el horizonte y las ganas de hacer meta, escasos minutos antes del amanecer…
¡Lo conseguimos!
Abel y yo, providencialmente encontramos un par de huecos para apoyar nuestros hermosos panderos y poder abrir bien los ojos para disfrutar de lo que tanto esfuerzo nos había costado.
Tengo que deciros que en cuanto me senté y empecé a mirar el amanecer, todo el cuerpo me empezó a tiritar como si me encontrase en el polo norte.
¡Menuda tiritada!
Por supuesto que el reportaje fotográfico del amanecer lo hizo Abel, que aunque llegó muy justito de fuerzas, se dio cuenta que yo andaba con los bailes de San Vito y cogió la cámara del IPhone para darle candela.
Yo a su vez, cogí el bollito de chocolate que había venido en mi mochila todo el camino, y empecé a comerlo con ganas para ver si conseguía recargar un poco la batería…
He aquí unas cuantas instantáneas del momento:
Con estas bellas imágenes, no puedo más que animaros a vivir la experiencia. No es sencilla ni fácil, que nadie os engañe. Se trata de un duro camino que tienes que hacer contigo mismo, gestionando las fuerzas, la confianza en ti mismo y en el que no te debes dejar vencer ni por tu cuerpo ni por tu mente…
Si lo consigues, sentirás algo tremendamente especial.
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