En la vida vamos pasando por diferentes etapas y momentos.
Vivimos rachas variopintas, fases en las que nos sentimos pletóricos y felices, otras en la que vivimos sosegados, tranquilos, con calma, periodos en los cuales parece que nos persigue la mala suerte, ciclos en los que parece que no vamos a liberarnos de las lágrimas y temporadas en las que tenemos la mente en Babia.
¡Así es la existencia humana!
Se acaba una etapa y empieza otra…
¿Por qué? ¿Para qué? ¿Con qué sentido?
Supongo que con el único objetivo de aprender a vivir.
¿Qué es la vida sino un proceso de conocimiento del entorno y del propio individuo?
Yo creo que en esto que acabo de comentar, somos todos más o menos iguales. No hay nadie que se salve de esos cambiantes y diferentes periodos vitales.
En este caso concreto quiero centrarme en esos espacios de tiempo en los que la tristeza abraza y rodea con sus lánguidos dedos y borra del rostro la sonrisa.
¿Recordáis momentos de esos?
Son verdaderamente amargos y nocivos.
La tristeza entra sutilmente en el corazón, a golpe de suspiro desconsolado.
Las pequeñas decepciones que sentimos la alimentan como si de un caldo gallego se tratase y las noticias menos agradables la hacen crecer a buen ritmo, tanto a lo ancho como a lo alto, como si de un bebé de cinco meses se tratase.
Posiblemente, la sensación sea que no se percibe la paz en el propio interior, que la armonía se ha escapado sin avisar o que parece que sobre la espalda ha aparecido súbitamente una mochila llena de piedras pesadas que no se sabe por qué hay que cargar.
En esos momentos la visión se nubla y no parece posible ver todo aquello que antes nos parecía maravilloso y servía para alegrarnos cada mañana y motivarnos a enfrentar el día con entusiasmo y felicidad.
Pero…
Si el otro día el corazón palpitaba a ritmo de canción del verano, alegre y rumboso…
¿Qué ha pasado?
Mi amiga Mihaela (Mica, para los que la queremos) ha aceptado colaborar conmigo en esta entrada para enriquecerla un poco y aportar su visión de lo que es la tristeza.
Ella dice que a la tristeza la vestiría de color gris, y la transformaría en una gran nube de ese color que avanza sigilosa hacia ti y te envuelve. La gran nube gris consigue desfigurar el gesto de quien cubre, de tal manera que el rostro se transforma y hace que la melancolía que emana sea percibida de inmediato por quien está cerca.
Además, tal y como pasa con los nubarrones oscuros que terminan originando lluvia intensa, de los ojos velados por la nube brotarán lágrimas de desconsuelo.
¡No hay nada malo en llorar un ratito!
El llanto nos trae desahogo, y nos protege para que esa aflicción no haga su casa en nuestro cuerpo, deteriorándonos interiormente y creando alguna dolencia molesta.
Para Mica, esas lágrimas y las emociones que la acompañan agotan físicamente, y nos llevan a la desgana, a la apatía y a una fatiga que obliga a descansar. Descanso necesario para poder coger fuerzas que animen y empujen a volver a la normalidad.
Asimismo, antes de la puesta en marcha para el retorno a la armonía se puede disfrutar del arco iris, que suele manifestarse tras una gran tormenta.
¡Cuando las emociones se remueven, también salen pensamientos positivos y agradables!
Nada es totalmente malo, negro o negativo, siempre hay trazas de luz entre la oscuridad.
Llegado el momento en el que hemos tomado la decisión de deshacernos de esa agotadora y soporífera tristeza, sólo queda ponerse en activo e intentar salir de la nube para volver a sonreír, ya que la vida no está para pasársela pegada a un kleneex y coleccionando lágrimas.
Si hay que elegir, casi mejor hacernos coleccionistas de sonrisas.
¿No?
Cada historia personal es una sucesión de buenos y malos momentos, en los que se aprende de lo sentido y vivido.
En ocasiones (quizá más de las que parece) sufrimos por meras tonterías, a veces incluso sin saber muy bien el por qué o la razón que nos ha arrastrado a una sensación de vacío e incluso infelicidad.
¿Eres o no eres feliz?
¿No eres feliz?
¿Qué te lo impide?
En vez de caer en el desconsuelo o la depresión, hay que cambiar la actitud y buscar en el baúl de tus recuerdos «cercanos y lejanos» qué cosas te hacen sentir alegre: practicar algún deporte, salir de cañas con l@s amig@s, comerte un helado de leche merengada, reírte a carcajadas mientras ves una comedia disparatada en el cine, llenarte los ojos de colores mientras ves un jardín repleto de flores, tejer una bufanda de rayas, hacer una excursión a la playa para pasear por su orilla, liarte entre fogones y hacer una rica tarta de chocolate con la que obsequiar a tu prima-hermana por su cumpleaños…
Hay tantas, tantísimas cosas que tienen el poder de aliviar nuestra alma y activar los músculos del rostro para que empiecen a esbozar una sonrisa, que lo absurdo es encariñarse con esa mascota invisible que pretende quedarse a vivir a nuestro regazo y que se llama tristeza.
Lo cierto es que hay ocasiones en las que cuesta despegarse la tristeza, y se corre el peligro de quedar atrapado en los tentáculos de una depresión absorbente y adictiva.
¡Alerta máxima!
¡Mandemos señales de alarma a nuestra cabecita!
Pelearse con la depresión es reto complicado, desafío peliagudo y requiere que estés dispuest@ a enfundarte los guantes de boxeo y lances tus mejores Cross, Uppercut o una serie de ganchos de los de toda la vida al aire para despegarte del bicho (todo esto es en sentido figurado, eh??)
Y…
¿Cómo disparamos estos golpes maestros?
Pues tenemos todas las armas en nuestro interior.
Lo primero es grabarnos unos pensamientos de manera que queden inalterables en nuestra mente:
¡Puedo ser feliz! – ¡Soy capaz de sentir la felicidad acariciando mi cara! – ¡Me lo merezco!
Después reconocer que no es tu mejor momento personal pero que cualquier pena, problema o circunstancia es pasajera y sólo requiere de tiempo para su resolución.
El siguiente paso valorar todo lo que tienes a mano para ayudarte: amig@s, padres, herman@s, hij@s, familiares algo más lejanos e incluso profesionales del sector médico o psicológico. Con todos ellos puedes ponerte en marcha, te van a ayudar cada uno dentro de sus posibilidades.
Puede darse el caso que toques alguna puerta y no se abra, porque no todas las personas se lanzan generosas a ayudar al resto pero NO te desmotives, no uses esa circunstancia como freno para tu evolución.
El mundo está lleno de angelitos disfrazados de personas que tienden la mano fácilmente, agarra una de éstas manos e impúlsate. Verás que para cada problema, hay por lo menos una solución.
Pero por favor, no seas absolutamente negativ@, no cierres tus oídos, ni te niegues a valorar los consejos que recibes como si se tratasen de paralelos lanzados por Rafa Nadal en tu contra. Antes de ver dificultades al camino que te puede llevar a solucionar el problema «analízalo al detalle y estúdialo con tus cinco sentidos».
La mayoría de las veces puede resultar difícil cambiar la actitud de victima por otra de lucha, ya que no se está en el mejor momento psicológico e inseguridad, miedo y una autoestima perjudicada no son el mejor punto de partida para el combate, pero… según se empieza la batalla el nivel de energía para luchar se va recargando con el tesón, la perseverancia, la obstinación y el deseo de volver a sentirse bien.
¡Vaaaaaaamosssssss!
Tu entrada me ha debido de pillar sensible, porque vaya llorera. Literalmente Ángela, no te miento.
Supongo que es porque estoy un poco ahí, en ese punto en el que no me puedo quitar la tristeza de encima; quizá en algún ratito concreto sí que consigo alejarla un poco más pero siento que está de base en el hilo de mis pensamientos. Y ahora que llega la primavera que siempre me ha dado muchísima energía, parece que casi duele que llegue este momento, porque siento que no lo voy a saber disfrutar y me va a recordar que, en realidad, estoy jodida.
Me han gustado mucho las reflexiones del final; sí que me gustaría encontrar fuerzas para tirar p’alante como se suele decir, porque no hay nada que desee más que sentirme bien, pero al final entro en un círculo vicioso en lo que todo se me hace cuesta arriba. Quizá haya alguna mano tendida o alguna vía de escape, pero no la veo o no la puedo ver. Sigo esperando que algún día empiece a ver todo más claro.
Un saludo muy grande!
Vaya!!! Pues no se si pedirte mil perdones por tocar el botón de la sensibilidad y hacer brotar esas lágrimas. Sorry! 🙂 Normalmente esta época de principio de primavera, los cambios de tiempo locos: un día sol, tres lluvia, etc.. nos remueven internamente. La verdad es que la intención del post es identificar que quizás estamos dilatando esos momentos de nostalgias y ponerse en marcha para salir de esa agonía mortificadora. Estoy segura que puedes tener en tu interior la clave para el cambio, para coger la ilusión de sonreír y hacerla tuya. Eres una mujer que «sí», aunque no lo veas claramente «sabe lo que quiere», pero se esconde bajo una esfera de inseguridad que la protege de lanzarse al vacío por lo que pudiese pasar, ya sea bueno o malo. Quizá es esa incertidumbre tu mayor enemigo. Es posible que estés preparada para recibir buenas o no tan buenas noticias, pero…no quieres enfrentarte ni a una ni a otra ¿Por qué? Hmmm! Seguro que esa es la llave para derrotar la tristeza. ¡¡No tengas miedo a avanzar!!
Como dice Doris: «Sigue nadando, sigue nadando…» Un fuerte abrazo.
Buenas Ángela;
Llevo dándole vueltas a tu comentario todo el día. Creo que estoy más cerca de saber lo que quiero que antes, pero en fin…
Has dado totalmente en el clavo, mantenerme en esta incertidumbre es mi mayor enemigo y me está frustrando mucho. También has acertado en lo de que no me quiero enfrentar a ello. El porqué es bien sencillo: porque me hace sufrir mucho la idea de poder recibir esas «malas noticias». Es un eco de mi pasado en el que lo pasé muy mal y no hice más que darle vueltas durante años y años al porqué. Por qué acabó así, por qué soy de esta manera, qué tengo de malo, etc, etc, etc.
Y no sé, tengo miedo, así, dicho claro. A volver a pasar por eso. Porque como tampoco veo las cosas «tan claras»… No sé si me explico, estoy siendo un poco suigéneris por aquí jajaj
En fin… Vamos hablando.